De la tierra a la luna

El primer paso del hombre en la luna. Imágenes de la NASA

Por Oscar Domínguez Giraldo

Los voyeristas hacemos historia, o las vemos hacer que es menos estresante. 

La  noche del domingo 20 de julio, hace 51 años, estuvimos entre los 530 millones de mirones que presenciamos por televisión en blanco y negro el alunizaje del hombre mono. El visionario Julio Verne habría estado en primera fila.

El chiquito Lleras mandaba en Locombia,  Kruschev en la Unión Soviética y Pinocho Nixon en USA. No había caído todavía por mentiroso en lo de Watergate.

Nadie reparó en la deferencia gringa de alunizar a dos cosmonautas el día que celebrábamos  159 años de independencia  del yugo chapetón. Por única vez nos olvidamos del episodio del florero y de los madrazos de González Llorente a los criollos.

Ese 20 de julio, como de costumbre, la Luna estaba ahí como un punto sobre las íes del infinito. 

Vimos el alunizaje en casa de unas amigas cartagüeñas, compañeras de estudio que vivían en el barrio Simón Bolívar. Casi nos deja el bus de regreso a casa. Una de ellas, Martica, oprimía una tecla del piano y le respondía Chopin. La otra, Gaby, desertora del periodismo, se enrumbó por los códigos.

Aquella noche, el mono Neil Armstrong puso sus pies en la luna, un sitio hasta entonces reservado a novelistas, poetas, enamorados y uno que otro perro despistado, como el del poeta Silva: “Y se oían los ladridos de los perros a la Luna…”.

La perrita Laika, coqueta y soviética ella, le había ladrado de cerca a la luna pálida, orbitando a su alrededor el 3 noviembre de 1957. Laika, quien bailaba muy bien el can-can, abrió el camino convertida en Cristóbal Colón de tacón alto.  

Un bípedo, también soviético, Yuri Gagarin, a bordo del  Sputnik II, en abril 12-61, había seguido los pasos de Laika lo que puso a sacar pecho a su jefe Nikita.

In illo tempore, John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos, trataba de sacarse el clavo de la frustrada invasión a Bahía Cochinos, en  Cuba, y buscaba un pretexto para sumar puntos ante su gente golpeada en el mástil de su vanidad por no haber defenestrado a Fidel y a sus barbudos.

Sin saber cómo ni cuando, la luna, esa tierra  virgen “donde la mano del hombre jamás había puesto el pie”, se había convertido en  objetivo político. 

Los Beatles se extrovertían con Yesterday y yerbas afines. Más de un desertor temporal del bolero se asilaba en Satisfaction, de los Rolling Stones, para regresar muchos años después al establecimiento con corbata y todo.

Mientras dos gringos, Armstrong y «Buzz» Aldrin y  Mike Collins, volvían realidad el sueño de Verne cien años atrás, otros tratábamos de buscar un espacio bajo el sol.

Como no fue posible cargarle la maleta a Armstrong en  ninguno de sus viajes, conocí en un festival de poesía de Medellín al cosmonauta ruso que permaneció seis meses en el espacio. Del ahogado el sombrero. (Selfi).

La selfi del columnista y detrás, leyendo algo, el cosmonauta Lazutkin

De niño, el cosmonauta, Alexander Ivanovich Lazutkin, le preguntó a su mami: ¿Qué hay al final del universo? Como no lo sabía, mamá le alimentó sus fantasías para que él mismo encontrara  las respuestas.

En su infancia, Alexander pintaba naves y quería viajar al espacio convertido. Se hizo ingeniero mecánico.

En sus charlas en el Planetario de Medellín confesó una alegría y una frustración: vio la tierra desde más cerca del sol pero encontró que la tierra era redonda. Ya lo sabía.

FRASES PARA EL DESEMBARCO

Ese 20 de Julio del 69 – el erótico y kamasútrico número del amor-amor-  medio mundo se acomodó frente al televisor con su dosis personal de crispetas como si se tratara de una final del mundial de fútbol. 

Nunca le paramos bolas a las frases que Armstrong pensó para soplarlas cuando alunizara. El hombre era consciente de que alunizar sin frase a bordo, era como no haber estado allí. 

 La periodista Oriana Fallaci en una espléndida crónica para releer por estos días, recuerda que la primera de dos frases que pronunció Neil era tonta a morir. «Ahora salgo de la plataforma del LEM”. ¿Gastarse miles de dólares para semejante bobada?

Pero la historia es la historia y hay que consignar que Neil había craneado otra frase mejor, la misma que le había confiado en secreto a mamá Armstrong. La frase era: «Esto es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad». 

Mamá Armstrong, quien se comprometió con su vástago a no contarles la frase ni siquiera a sus amigas de costurero, seguramente le comentó a su hijo que peores cosas se habían dicho en la vida, pero que él era un piloto y no un Whitman, un Faulkner ni un Mark Twain. Y autorizó  a su muchacho a seguir adelante con la frase ya que no se le había ocurrido nada mejor.  Se perdió la platica invertida en la escuela.

Personalmente, me desilusionó la llegada del hombre a un sitio  donde no hay muchachas de abril, helados, tiendas, libros, parques, fútbol ni árboles para que los colegas de la perrita Laika alcen la patica para depositar allí su Chanel. 

Porque, ¿cómo es que no le salió nadie a Armstrong, “Buzz” Aldrin y a  Mike Collins? ¿Así es de aburridor el universo o sus habitantes que estamos  solos? 

Lo cierto es que Neil se demoraba mucho en su caminata. Nosotros, frente al televisor sólo pensábamos que nos iba a dejar el último bus de regreso a casa. Por fin vimos cómo el par de gringos recogían sus utensilios después de apoderarse de rocas que no era de ellos y emprendían la parábola del retorno a casa.

EL SOLITARIO DEL ESPACIO

Aquel 20 de julio, el señor Mike Collins se graduó como el hombre más 

solitario del universo en momentos en que sus colegas Armstrong y Aldrin, practicaban los primeros brinquitos, de corte femenino, sobre la superficie lunar.

Según el espléndido relato que hizo doña Oriana del alunizaje, mientras la fama de Armstrong y “Buzz” (Zumbido) Aldrin volaba de boca en boca de los millones de televidentes que presenciábamos estupefactos el desembarco, Collins, a bordo de la nave Apolo hacía todo lo posible para que no se olvidaran de él. 

Hay que agradecerle que no hubiera fingido un ataque parcial de amnesia y regresado a tierra firme dejando a los dos compañeros encartados con el robo lunar que nunca fue denunciado ante ninguna comisaría pese a que lo vimos millones, incluidos más de un abogado, entre ellos, nuestra anfitriona de aquella velada.

«Solo Adán estuvo tan solitario antes que yo. Pero Adán estuvo 

en el paraíso terrenal», lagrimeó el solitario Collins al centro 

de control en Houston, antes de pasar a la otra soledad del lado oculto de la luna. 

Una soledad orbital más otra soledad sideral suman un Collins. «… y desapareció (Collins) tras la otra cara de la luna a hablar solo en  aquella nada hecha de silencio», escribió la signora Oriana.

En la cara oculta de Selene, nombre griego de la luna, para desestresarse, Collins buscó en vano a una muchacha china, Ghan Go, quien, según la leyenda que contaron esa noche desde Houston para desestresar al terceto a falta de valeriana,  vive allí hace más de 4 mil años luego de haberle robado a su marido la píldora de la inmortalidad.

«No se olviden de uno que está  dentro de la cápsula», trinó  Collins, olvidándose de Ghan Go, mientras en luna firme, Armstrong acaparaba todo el protagonismo. 

El solitario Mike merece un Tom Collins de felicitación por haberse prestado a ser una especie de vicepresidente en el espacio, sin más funciones que permitir que sus colegas pasaran a la inmortalidad. Bravo, Collins, dos veces solitario, Adán modelo siglo veitiuno. El mundo también es de los anónimos que no se las dan. 

Recordemos la reflexión de Oriana Fallaci a propósito de aquel acontecimiento: «Ni siquiera en contacto con el infinito un hombre se hace  grande, si en él no hay grandeza. Ir a la luna no nos hace ciertamente mejores». 

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