Julio César Londoño
El 27 de septiembre Gustavo Gómez de Caracol Radio trinó contra los indígenas que marcharon en apoyo al Gobierno, los llamó “borregos” y le cayó el mundo encima con justa razón. Petro trinó: “Los indígenas llevan medio milenio resistiendo por su cultura y autonomía. Los borregos son otros”. De todas maneras Gómez acaparó los reflectores, generó tráfico en las redes de Caracol sin necesidad de escribir 30 notas sobre las bondades de la cáscara de piña y despertó la envidia del gremio, a tal punto que María Isabel Rueda escribió en El Tiempo: “De las 35.000 personas que se cree acudieron a la Plaza de Bolívar, por lo menos 15.000 eran indígenas enlazados por este Gobierno para su autohomenaje con contratos y compromisos” (octubre 1°). Pero, ay, su columna no produjo ni un dislike en las redes, nadie reviró, ni siquiera la Pachamama, y estoy seguro de que la pusieron a escribir notas sobre la piña.
Borregos y enlazados. En todo caso, animales. ¡Qué otra cosa pueden ser los indígenas para estos hijodalgos de ascendencia aria o caucásica!
Yo leo todos los domingos a María Isabel. Me encanta. Su estilo brilla al lado de la prosa notarial de sus vecinos en El Tiempo: los dos Vargas y Néstor Humberto Martínez (o “cianuro espumoso”, como lo llamó Héctor Abad). Amo la perfidia de Rueda y su obsesión con Petro. En los 61 domingos que lleva Petro en el poder, Rueda ha escrito más de 40 columnas contra el presidente. Le dedicó una a Leyva y otra al Titanic (junio 25). Rueda se esforzó ese domingo para no pensar en el maligno y analizó dos tragedias marítimas pero al final celebró las EPS, esos majestuosos trasatlánticos que surcaron heroicos las aguas procelosas hasta que, zaz, llegó el iceberg Petro y lo arruinó todo.
El 20 de agosto escribió: “… recién posesionado Petro, botó a 30 experimentados generales del Ejército y la Policía”. En realidad fueron 52 generales, María, y 50 de ellos tenían líos con la justicia, como lo reconoció la Asociación de Oficiales Retirados. Si yo dirigiera El Tiempo, le ordenaría que enviara sus columnas chapuceras a Semana y escribiera textos serios para El Tiempo, un gran diario, hay que reconocerlo.
El 24 de septiembre El Espectador publicó dos columnas contra Uribe: “No pretenda confundir, señor expresidente”, firmada por Fidel Cano, y “Los falsos positivos, la JEP y Uribe”, de Rodrigo Uprimny). Ambas respondían a las declaraciones de Uribe contra la JEP, un tribunal comunista, según Uribe. Cano se emputó. Dijo que las declaraciones de Uribe eran una canallada que enlodaba el legado del expresidente. Al contrario de Justicia y Paz, el marco jurídico paraco, la JEP no fue desovada en El Ubérrimo ni en Ralito ni en Juan Frío ni en el mismísimo Capitolio que ovacionó a Mancuso. Respete, ome.
Uprimny dijo una obviedad: un presidente tan tropero como Uribe tenía que saber de una operación de Estado tan masiva y sistemática como los falsos positivos. La ordenó, y por lo tanto tiene responsabilidad penal, o no la ordenó pero tampoco tomó los correctivos necesarios y tiene al menos una responsabilidad moral y política, dijo Uprimny. A Uribe se le saltó el positivo, se fue contra Uprimny y le dijo que “podría” ser un terrorista (el subjuntivo es el modo verbal de los cobardes). A Cano no le respondió, el mico sabe a qué palo trepa, pero tampoco le fue bien con Uprimny. Todo el país intelectual salió en defensa de ese gran constitucionalista que dirigió Dejusticia durante muchos años y que hoy es miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Organización de las Naciones Unidas.
Nota. Ahora que lo pienso, el editorial de Cano es irónico. ¿Cómo puede enlodar nadie, ni siquiera Uribe, esos coágulos amorcillados que conforman su sanguinolento legado?