
Por Jairo Ruíz Clavijo
El general Leónidas Trujillo planeó el genocidio al detalle: Ordenó que los soldados encerraran a los jornaleros haitianos en los corrales de las plantaciones de azúcar. Rebaños de hombres, mujeres y niños los liquidan a machetazos o los amarran de pies y manos y a punta de bayoneta son arrojados al mar.
Trujillo, que se empolva la cara varias veces al día, quiere que la República Dominicana sea blanca.
Dos semanas después, el gobierno de Haití expresa ante el dominicano su preocupación por los recientes incidentes fronterizos y Trujillo promete realizar una prolífica investigación.
En nombre del imperativo de la seguridad el gobierno de Estados Unidos propone al presidente Trujillo que pague una indemnización para evitar posibles fricciones en la zona y, al cabo de una prolongada investigación, Trujillo reconoce la muerte de 18.000 haitianos en territorio dominicano y afirma que la cifra de 25.000 es querer manejar deshonestamente los acontecimientos.
Finalmente, acepta pagar al gobierno de Haití 29 dólares por cada muerto oficialmente reconocido, lo cual representa 522 mil dólares.

La Casa Blanca se felicita porque ha llegado a un acuerdo dentro del marco de los tratados y procedimientos interamericanos establecidos, y el Secretario de Estado, Cordell Hull declara que ¡”El Presidente Trujillo es uno de los mas grandes hombres de América Central y de la mayor parte de Sudamérica”.
Una vez pagada la indemnización, los presidentes de la República Dominicana y Haití, se abrazan en la frontera.
(Robert D. Crassweller, Trujillo, la trágica aventura del poder personal, Barcelona, Bruguera 1968)
Jairo Ruiz Clavijo