Por: Gustavo Páez Escobar
¡Qué mejor homenaje para despedir a Beatriz Zuluaga que volver sobre su libro antológico Si preguntan por mí! Con ese propósito, y con la honda tristeza que deja su partida,
recupero el presente artículo escrito en septiembre de 2010, con mi voz de solidaridad para su aliado de todas las horas, Omar Morales Benítez.
Hace 30 años, cuando vivía en Armenia, conocí Definiciones, el primer libro que leí de Beatriz Zuluaga, llegado a mis manos por amable gesto de su autora, residente entonces en Manizales. Era la tercera obra de su creación literaria.
Con dicho motivo, dije en artículo publicado en La Patria: Beatriz busca las palabras, las acaricia y las perfora, con honda insistencia, para que hechas imágenes definan el lenguaje de un alma que quiere comunicarse, que desea ser al mismo tiempo puente y ánfora. Por aquellos días la poetisa escribía en La Patria la atractiva columna Flash, título muy acorde con su norma de brevedad y precisión, y dirigía el suplemento literario del periódico. En su ciudad nativa fue, además, presidenta de la Casa de la Cultura de Manizales.
Radicada en Bogotá, dirigió la revista Mujer. Se desempeñó como jefe de comunicaciones del Instituto Colombiano de Normas Técnicas, Incontec, y estuvo vinculada a Holguín Asociados Publicidad. Ha sido colaboradora de La Patria, Revista Diners, El Espectador, Revista del Jueves y Gaceta. Por su ejercicio periodístico ha recibido varias preseas.
Fuera del libro atrás citado, sus otras obras son: La ciega esperanza (1961), Este cielo boca abajo (1970), Las vigilias del sueño (1989), Eres Eros (1997) y Por los caminos de Caldas, escrito en asocio de su esposo, Omar Morales Benítez. Se va a completar medio siglo desde que Beatriz editó su primer libro. Breve es su producción, pero es densa por su contenido estético y su ajustado y precioso estilo.
Como laurel para este medio siglo de silenciosa creación lírica, la Universidad de Caldas le ha patrocinado un nuevo libro que recoge sus mejores poemas publicados, fuera de otros inéditos, y que lleva por título Si preguntan por mí. La obra fue presentada en la Fundación Santillana, bajo la presidencia de Belisario Betancur, y con asistencia de un selecto grupo de escritores y amigos.
Diversas facetas comprende la obra de Beatriz Zuluaga, y en todas se aprecia una exquisita sensibilidad hacia los temas que decanta en su tránsito atento por el diario vivir. Con alma receptiva a cuanto gira a su alrededor, y sobre todo a cuanto brota de sus propias corrientes interiores, unas veces enaltece lo sublime; otras, se detiene en lo sórdido o lo prosaico (para dignificar la ruindad humana); más adelante se vuelve crítica social o angustiada espectadora, y siempre hace de la palabra un recurso mágico para abrillantar la existencia.
Poemas de nostalgia, de dolor, de ausencia, de tedio, de melancolía, así como henchidos de delicado sensualismo o ardorosas esperanzas, por ellos cabalga lo mismo el alma dominada por el agobio que enajenada por el alborozo. Dolor y gozo, tal la doble condición siempre presente en el peregrinaje del hombre sobre el planeta. El alma, cofre de asombros y emociones, se manifiesta auténtica en los poemas de Beatriz. Su lira se hizo para cantarle a la naturaleza humana, donde se mueven todos los sentimientos que caben en el corazón del hombre.
Cuando se va por los caminos del erotismo, no teme llamar a los tópicos del placer con su nombre exacto, a veces con desabrochada expresión, huyendo de los eufemismos y de las verdades encubiertas. Pero sabe hacerlo con fina y a veces estremecedora donosura. En esta materia, donde parece evidenciarse la libertad femenina bajo el imperio de los sentidos, Beatriz les enseña a las mujeres la propiedad del amor como don inexcusable de la condición humana.
Poesía romántica y sensual, humana y fulgurante, su obra es trabajada con rigor, con pulcritud, con carácter e imaginación, para producir a la postre, como sucede con esta antología consagratoria, un hecho manifiesto de lo que vale la labor perseverante en el noble empeño lírico.
Por supuesto, Beatriz sabe que le ha cumplido a la poesía. Y deja su mensaje perenne, que parece un testamento: “Si preguntan por mí… / Diles que salí a cobrar la deuda / que tenían conmigo el amor / el fuego, el pan, la sábana y el vino, / que eché llave a la puerta / y no regreso. / ¡Definitivamente diles / que me mudé de casa!”.
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