A propósito del 12 de octubre: Carta al almirante Colón

Don Cristobal Colón

Por Oscar Domínguez Giraldo

Apreciado Don Cristóbal: 

Reciba un cordial saludo con más de cinco siglos  años de retroactividad. Que usted y los suyos (me refiero a la gente de las carabelas) se encuentren bien de salud, muy  a la diestra de Dios Padre, salvo que hayan ido a templar al infierno por lo que hicieron. 

He leído que el infierno son los demás, en su caso los marineros que casi lo sirven a usted en paella a los tiburones de la Mar Océana en protesta porque nada que aparecían las tales Indias 70 días después de haber zarpado de Palos. Ya habían perdido hasta la des-esperanza que es lo penúltimo que se empeña. 

Si no da con nosotros por arte de serendipia que en este caso es buscar especias como  canela y clavos para toparse con este pedazo de tierra, ignoro qué estaríamos haciendo a estas alturas, tan lejos de usted y tan cerca del USA presidente Trump quien trina y se aterroriza la aldea global. 

Supongo que ya le contaron que usted, don Cristóbal, tacó burro y no descubrió las Indias. Pero le fue mejor porque descubrió unas indias espléndidas que desde entonces solo llevaban puesto el teléfono estético 90-60-90, sin el 2 adelante. 

La vida no fue del todo fácil para usted: sólo pudo dar la noticia de su hazaña a su regreso a Europa, seis meses después, en abril de 1493. Y la dio mal porque, como decía, creyó que había llegado a las Indias. Mejor dicho, ni la dio porque otros marineros que se le adelantaron dieron la chiva. 

Nadie sabe para quién trabaja: se necesitaron diez años, según el maestro Germán Arciniegas, para que el florentino Américo Vespucio “desfaciera” el entuerto geográfico y aclarara que usted había descubierto un nuevo mundo. Menos mal todo quedó en casa italiana. (Siendo usted le correría leguas a Arciniegas porque hasta el final dijo que no había nada que celebrar con lo del tal descubrimiento). 

Me va a decir lagarto (en la acepción de lambón que no admite la Academia), pero le confieso que sufrí cual nazareno cuando me enteré de que los chapetones de a bordo le habían armado despelote en alta mar. No hay derecho que intentaran pagarle con un duchazo de agua salada, a quien  les había mejorado el currículo sacándolos de las cárceles. 

Imagino la alegría  que le dio cuando Rodrigo de Triana, horqueteado en el mástil de La Pinta gritó: “!Tierra!”. Me han dicho que agregó enseguida “joder” pero los historiadores remilgados no se ocupan de expresiones como éstas que son la historia detrás de la historia. Si detrás de todo hombre hay una gran mujer (la reina Isabel en su caso), detrás de todo gran suceso hay algún madrazo.  

No le quito más tiempo a su eternidad, od 

RESPUESTA DEL ALMIRANTE 

Hola, indio: 

Ni sueñe que me voy a detener a responder cada una de sus carajadas. Pero sí le digo que al paso que vamos creo que yo  ni siquiera existí. No nací en mi adorada Génova según el hollywoodesco informe que produjo en su momento un canal “serio” como Discovery. Eso sí que me dejó bien colón. 

Están buscando con lupa mi ADN, algo que en mi tiempo no existía. Por la parabólica celestial vi un  mundo de gente, incluidos algunos “científicos”, hurgando entre un resto de huesos que deben ser los de algún enemigo mío. Se han tenido que contentar con el supuesto ADN de mi hijo y biógrafo, el mismo que me levantó más de un falso testimonio. Mi hijo sólo me veía virtudes. Si yo mismo no sé quien era, menos lo iba a saber  mi hijo. Que siga el misterio. 

También decían en Discovery que más bien soy catalán, como Serrat,  y que no es sino mirar cómo domino ese idioma, por encima del mío, el dialecto genovés, y el latín que hablé desde chiquito. No saben que cuando uno nace para grandes cosas,  como era mi caso, viene con el palito (chip le dicen los milenials)  incorporado  para hablar en lenguas. Si no, ¿cómo echarle primero el cuento al Rey Juan II, de Portugal, quien no me paró bolas, y después a los muy católicos reyes de España?  

Le doy un dato, indio: si no hubiera sido por uno de los confesores de Isabel, el prior Juan Pérez, ustedes estarían sin descubrir, andarían en pelota. No es por armar un chisme más, pero imaginen los pecadillos que le conocía su confesor que Isabel dijo que me recibía sin pensarlo dos veces. Empeñó hasta la cédula… real (No avalaré el chisme tercermundista según el cual Isabel y el prior tuvieron su trepequesube sexual. “Y como la luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, tampoco diré un carajo del chisme que nos armaron a Isabel y a mí).  

Claro que como no leí la letra menuda de las capitulaciones, finalmente, Isabel me barajó el 10 por ciento de lo que produjo la empresa del descubrimiento. Siempre lean la letra menuda, es la conclusión que leo en el libro “Las 48 leyes del poder”, de Robert Greene, cuando habla  de mí. Se los recomiendo. 

Greene tiene razón  y le sobra: mi éxito, diría con el gringo,  radicó en que supe venderme, en hablar claro y confiado en lo que proponía, en cobrar duro por mi trabajo, en tratar a los reyes como si fueran iguales, así hubiera vendido deliciosos quesos en mi niñez, otra de las “acusaciones” que se me hacen. Como si fuera pecado ser pobre. 

Que era de humilde cuna, que no, que era de rancio colchón, es otro de los puntos “fuertes” del documental de marras. Me perdonan, pero  no le voy a dedicar un segundo de mi eternidad a esa especie. Miren más bien los resultados. El mundo estaba a medio hacer. Con mi descubrimiento juntamos las dos manzanas, como dice el maestro Arciniegas, a quien veo de pronto por aquí. No ha habido química entre los dos. Me ve y cambia de nube. 

Algo sobre Triana: el hombre  gritó tan duro lo de “!Tierra”¡ que hasta los pájaros de a bordo (Colones con plumas)  se asustaron. Muchos tuvieron que ir luego donde el otólogo de la tribu.  

Por cierto, los pájaros que fueron mi mano izquierda en la empresa del descubrimiento, no han recibido homenaje alguno de agradecimiento ni en las erratas de la historia. Sin pájaros no habría habido descubrimiento. Así de simple. Cuando empecé a verlos me dije: Aquí hay gato encerrado. El gato era la tierra firme.  

Sin confirmar sí lo digo: me han dicho que el afán de Triana no era tanto llegar pronto sino ganarse los 10.000 maravedíes que sus graciosas majestades habían prometido a quien primero avistara tierra firme. No me pregunten por qué me hice el loco y me quedé con los maravedíes. Nadie está obligado a declarar en contra.  

Aprovecho para hacerle un homenaje tardío al viento que también me dio una mano hasta rara. Si no fuera por los confesores de la reina y por  el viento, amén de los pájaros, los americanos todavía estarían de taparrabos.  Se habrían ahorrado presidentes USAmericanos, lo que no es poco… 

En uno de los mejores libros que se han escrito sobre mí, “Colón”, del sueco Björn Landström – que encuentran entre los miles de ejemplares de la Biblioteca Luis Ángel Arango– se dice que sólo este pecho genovés “comprendió que los vientos del nordeste debían soplar hasta las Indias, y que los del oeste debían soplar de las Indias a Portugal…”. Y más adelante, con algo de ironía, agrega Björn: “Pero nadie, excepto Colón, halló ese viento, porque Dios lo quiso así. Porque Colón fue el hombre elegido”. 

De nuevo tiene razón el paisano de los vikingos, quienes nos enseñaron el camino de las Indias. Tan elegido fui que me abro del parche y regreso a la diestra de Dios Padre.  

Ahí les dejo el cuero,  

Cristobalin, como me decían en la escuela de Génova. (cartas sometidas a latoneria y pintura)

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