Un día como hoy nació Carlos Gardel: Bogotá, con aire porteño

Un tango frente al edificio de El Tiempo en la avenida Jiménez con carrera séptima de Bogotá. Foto Pinterest
Del baúl de las nostalgias, el columnista rescata hoy la cultura tanguera de sus vivencias en Bogotá y en Buenos Aires
Por Óscar Domínguez G.
   Sin estridencias, cuando «el músculo duerme y la ambición descansa», como en la canción de Alfredo Le Pera (muerto con Gardel en Medellín) y Horacio Pettorossi, la Bogotá nocturna se va convirtiendo en una ciudad tomada por el tango. 

Expertos y profanos en el ritmo del 2×4, como le dicen los iniciados, conocen como la palma de su mano aquellos sitios donde se pueden echar una canita musical al aire. Claro, mientras llega la hora de visitar Buenos Aires, algo así como La Meca o el Jerusalén para los amantes del género.

De pronto llegan a la ciudad voces privilegiadas a romper la monotonía. Esto sucedió con el Sexteto Mayor de Tango, que hace poco agotó localidades en Colsubsidio, donde se escuchó al joven octogenario Alberto Podestá, en cuya voz jamás se oculta el sol. La aplaudida compañía colombiana de danza, Tango vivo, se tuteó con el Sexteto. Por supuesto, no desentonó.

Platea y gallinero escucharon o pidieron el viejo repertorio de Podestá: «Qué falta que me hacés», «Garúa», «Que nunca me falte», «Alma Bohemia», «Dos fracasos». 

Pero como Podestá y sus gauchos son escasos, como el cometa Halley, conviene tener dibujado el mapa capitalino donde se consume la «canción ciudadana». Así se podrá acceder a una dosis personal de tango cuando la nostalgia apremie. 

Uno de los más antiguos sitios es El Viejo Almacén, nombre clonado de uno similar que abrió el camino del tango en Buenos Aires. La versión criolla está situada en pleno centro de Bogotá, al lado del hígado en donde funcionó el diario El Espectador en épocas de vacas gordas. El local, que abre de martes a sábado, y los domingos cuando hay milonga, tiene una incómoda piedra en el zapato: los dueños le han pedido el local al trío integrado por Marielita, Pacho (Francisco Restrepo) y John, como los conocen sus clientes-amigos. Curiosamente, se ha producido un espontáneo e insólito referendo de tangófilos y vecinos en favor de que se preserve ese punto de encuentro creado hace casi 47 años. Sin exagerar, o exagerando, el centro bogotano sería menos centro sin El Viejo Almacén, que recibe al visitante con una pequeña pintura de Carlos Gardel, quien estuvo en Bogotá dos días antes de su muerte en Medellín, ese lunes de 1935. «Tomo y obligo», fue uno de los tangos que cantó El Zorzal en ese concierto del adiós en Bogotá. «La hermana ley» dirá si el local emproblemado ahí se queda. O agarra sus bandoneones y violines y cambia de paisaje. 

Otro viejo ícono en su especie es La Esquina del Tango, en Chapinero, cerca de la que fuera la calle de los jipis. Tanto en este como en La Churrasquería Gaucha, (unicada en la Cr 4 con 26), y tantos otros lugares parecidos, se puede pecar en materia gastronómica, al mejor estilo de lo que sucede en la capital gaucha (www.laesquinadeltango. com). 

En esos sitios que empiezan a hacer nube en Bogotá siempre es 24 de junio y 11 de diciembre, días de la muerte y nacimiento de Carlos Gardel. O Carlos Romualdo Gardes, su nombre de pila, para posar de sabihondos. 

Sube el estatus
   In illo témpore, «esa ráfaga, el tango», era sinónimo de anárquica bohemia. De borrachera ventiada. De peleas de compadritos o malevos en las que la puñaleta era dueña de la noche. Quienes confesábamos devoción por Rivero, Iriarte, Larroca, Falgás, Magaldi, Sosa, Moreno, Dante, Godoy, Martel, para no alargar el chico, no éramos de fiar. Nos evitaban. 

La fama no era gratuita. El tango se escuchaba en lugares de dudosa semántica. No se iba a escuchar la letra, o a disfrutar de la poesía de su música. No; las melodías eran un buen pretexto para beber. Y también para adquirir estatus de hombre, en algunos casos.

Hace tiempos el tango pasó del café-cantina al caféconcierto. Un ejemplo lo constituyó la presentación de Alberto Podestá en Colsubsidio con el aviso de «agotada la boletería» que les arregla el semestre a los gerentes. Lo atestigua también el hecho de que de pronto su escenario se traslada a escenarios como la Fundación Santillana, donde mangonea don Belisario Betancur, a quien una vez le preguntaron en Buenos Aires si era del pueblito (Medellín) donde murió Gardel. «¿Gardel?, ¿Cuál Gardel?», fue la respuesta-venganza del amagaseño presidente del poetariado, también degustador de esta música. 

   El tango también ha llegado a las aulas. Se enseña en muchas partes. A los interesados en este sensual movimiento los espera el Cafetín de Buenos Aires, «donde se da milonga espontánea y hay siempre tangos al gusto». Javier Sánchez y Patricia Porras han retomado las clases grupales, escribe Rubén Serna en www.bogotango.com. La Fundación Efa Danza (cr. 17 Nº 50-29) también lo saca del analfabetismo y le enseña a bailar de la mano de Edis Villa, campeona mundial de tango. 

No hace mucho nos dejó uno de los principales poetas colombianos, Mario Rivero, nombre tomado del cantor Edmundo Rivero. Antes de emparentarse con la poesía, Rivero (Mario Cataño Restrepo) ejerció como precario cantante. Y una destacada periodista que le dijo adiós al estrés radial, la quindiana Judith Sarmiento, se retiró, entre otras razones, para poder cantar más tangos. Les Luthiers le inventaron al tango una deliciosa parodia. Crece la audiencia.




A la FM

De vieja data, el tango se tomó también la radio FM, antes de colonizada por apellidos como Beethoven, Mozart, Bach, Chopin. Estos ilustres creadores comparten frecuencias con Santos Discépolo, Cadícamo, Celedonio Flores, Manzi, Piazzola, cuyo sólo nombre invita a sacar pareja, como se estila en las milongas dominicales de San Telmo, en Buenos Aires, un barrio que se repite en el Usaquén bogotano, aunque la oferta de tango sea mínima (ver nota aparte)

   De la difusión en la radio cultural se encargan apóstoles como el che Roberto Aroldi (www.robertoaroldi.com, 98.5 Emisora de la Radio Nacional de Colombia), también afortunado intérprete; y el manizaleño Rogelio Delgado (106.9 Emisora de la Tadeo). La Javeriana (91.9 FM) copa la hora de 8 a 9 de la noche del domingo con «esa nostalgia que se baila», con libretos de Jaime Andrés Monsalve. 

La radio popular, claro, no se arruga en este campo: Buenos Aires tango es el programa que tiene en Radio Cordillera (1190 AM) Libardo Bedoya Naranjo. 

De pronto está haciendo falta una publicación como la que edita Bolero Bar, de Medellín, en la que se recogen textos que tengan que ver con el género. Los paisas acaban de editar el segundo libro, La mujer en el bolero. ¿Quién le pone el cascabel al tango en Bogotá?



Si en el campo del tango hay esa falla, un viejo templo de la salsa en Bogotá, el Goce Pagano, que orienta el quijote paisa Gustavo Bustamante, abrió el camino de las publicaciones que se regalan a los clientes. Bustamante fue el primero en editar la novela Primero estaba el mar, de Tomás González. También en los llamados Papeles del Goce ha editado textos de Rulfo, Amado, León de Greiff y Martin Luther King. Y el rancho sigue ardiendo. 

Por lo pronto, existe el Boletín Milongueros, de Miryam Wilches, y páginas web que satisfacen plenamente el deseo de tanguear: la mencionada bogotango.com, una especie de biblia que trae todo sobre el tango en Bogotá; www.teatrocadiz.org y www.tangopurotango.com (página de Javier y Patricia).




Visita San Telmo 

Para muchos amantes del tango, la semana se justifica por el domingo en San Telmo, barrio emblemático de Buenos Aires. Ese día la noche se hizo para San Telmo, y San Telmo para la noche.

Mi objetivo al visitar el viejo barrio bonaerense era ver bailar tango. El mercado de las pulgas «donde se encuentra hasta el Aleph» empieza a desaparecer. Los encargados de la función disponen todo para la bailanta. Curiosos y bailarines se confunden en el improvisado escenario. Nos rodean calles empedradas y edificios con edades que envidiaría Matusalén. Fue el barrio de los compadritos y cuchilleros, ahora convertidos en pacíficos protagonistas de miles de cuentos. Tranquilos por este lado. 

Los primeros tangos que suenan no me sorprenden: los oigo desde mi niñez. Rivero, Larroca, Dante, Magaldi, Moreno, se dejan oír. En Medellín, Manizales, Pereira, Armenia, entre otras ciudades, nos criaron a punta de rosarios, frisoles, radionovelas, tangos y música cubana, en ese orden. En San Telmo me siento como en casa. O como en Guayaquil, en Medellín, adonde íbamos a escuchar tangos y a graduarnos de hombres de pelo en pecho con alguna “pájara de la noche”. Hay mayoría de veteranos en el ruedo. Qué riqueza de personajes se ven tirando paso, azotando baldosa. Lo bailan por puro amor al arte. A los danzantes no les interesa la fama, el dinero. A ellos que la fama y la inmortalidad se las den en música. Sólo les interesa bailar.

De pronto irrumpe un fulano que de lejos se cree la encarnación de Gardel. Que no falten el pelo engominado y el traje negro. Y el sombrero aguadeño-gardeliano. Mirada a lo Humphrey Bogart. Sólo le falta el cigarrillo. Se nota que el hombre está de cacería de minas (mujeres). De pronto aparece en el cuello de su camisa un hueco que estropea su elegancia dominical. Pero eso no lo ven los ciegos.

Recibimos una sobredosis de tango de 90 minutos. Ya podemos poner en nuestra hoja de vida: disfrutamos de ese Vaticano del tango que es San Telmo. La velada me remitió a las cantinas de la Calle 45, en Manrique, donde hay estatua de Gardel y museo (Casa Gardeliana). Son barrios hermanados por ese ritmo. Pero todo tiene su fin, hasta San Telmo.
En la foto, este morocho presenta sus respetos a Carlitos en su parche eterno del cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires. Como esta nota tiene telarañas en su hoja de vida, favor consultar antes si se desea visitar alguno de los locales que aquí se mencionan. De pronto la pandemia del olvido acabó con ellos. El que no muere es el tango y perdón por el delito de descubrir el agua tibia con esta catedralicida obviedad. od
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