Por Andrés Hoyos
Aunque Chris Wallace, el moderador del debate presidencial gringo, estaba sesgado a favor de Trump dado su eficaz estilo bully y no dejó que Joe Biden redondeara la idea, el candidato demócrata alcanzó a sugerir que entre sus planes estaba legalizar (o despenalizar, sutileza más o menos inútil) la marihuana recreativa, opinión ya compartida por dos tercios del electorado americano. Como a estas alturas Biden lleva una ventaja difícil de dilapidar de aquí al 3 de noviembre, es muy posible que el país gire en esa dirección a partir del año entrante. ¿Que Trump todavía puede ser reelegido? Bueno, entonces borren de su mente por cuatro años la premisa más potente del resto de esta columna.
La marihuana es un maleza de las más rudas. Se da en casi todas partes y es dificilísima de matar. Las plantas hembra son más productivas que las macho en THC, el agente activo de la marihuana, de suerte que cualquier plantación sufre de oficio una escabechina de masculinidades. La prohibición ha producido una dañina selección antinatural y las variedades de hoy son mucho más potentes que las de los años 70, cuando empezó a abundar en Colombia y muchos estudiantes la fumábamos en cantidades variables. Algunos se volvieron marihuaneros de por vida; otros la dejamos décadas atrás. Por el camino fue eliminado el utilísimo cultivo del cáñamo, sacado de una variedad de cannabis con muy escaso poder estupefaciente. Tengo por ahí un estupendo sombrero canadiense hecho en esta fibra. Fabricarlo no sería legal hoy en Colombia.
Aparte de Uruguay, Canadá y varios estados americanos, el siguiente dominó que podría caer sería México, una vez se zanje el dilema entre Biden y Trump. AMLO prometió en la campaña legalizar la yerba y “… el líder del partido oficialista Morena en el Senado, Ricardo Monreal, dijo a Reuters que espera que antes de diciembre se apruebe una ley para el uso recreativo de la droga, que permitiría a firmas privadas reguladas venderla al público”. Mmm, lo dicho: eso depende en buena parte de quién gane las elecciones gringas, aunque incluso con Trump a bordo de repente no les quedaría más remedio que cumplir.
Nadie debe engañarse: la fuente doctrinaria y legal del prohibicionismo internacional son los Estados Unidos. Si allá legalizan la yerba, es apenas cuestión de tiempo antes de que sea legal en la mayoría de los países. Hace casi cien años ellos aprovecharon la Gran Depresión para acabar con la nefasta prohibición del alcohol. Pues bien, esta vez la recuperación de una crisis de gravedad comparable podría conducir al menos a la legalización de la yerba, convirtiéndola así en un motor económico, al tiempo que le sustraen al crimen organizado fuentes de recursos vitales. Piénsese solo en la violencia del alto Cauca. Allá lo que cuidan los bandidos son invernaderos de marihuana, no cultivos de coca. Y así, multiplique por centenares los lugares en los que alguna forma de legalización del cannabis sería beneficiosa. Se crearía una industria mundial de primera importancia, que podría valer cientos de miles de millones de dólares al año. Los impuestos de todo tipo que se recaudarían a partir de la yerba también serían muy cuantiosos y alcanzarían no solo para desestimular su consumo y dar tratamiento a quienes abusen —pues nadie sensato dice que la yerba sea buena—, sino que sobraría para muchas otras cosas.
En fin, ojalá a Trump le vaya mal en noviembre.