12 de octubre. Correspondencia con Cristobal Colón

Retrato de Colón atribuido a Ridolfo Ghirlandaio, de Florencia. Representa a Colón amargado y prematuramente envejecido, según Björn Landström en su libro.

Por Óscar Domínguez Giraldo

Hola, don Cristóbal.                       

Supongo que ya le contaron que usted tacó burro y no descubrió las Indias ese 12 de octubre de 1492, dato que nos instalaron desde niños en el disco duro. Pero le fue mejor porque descubrió unas indias espléndidas que entonces solo llevaban puesto el teléfono estético 90-60-90, sin el 2 adelante.

La vida no fue del todo fácil para usted: sólo pudo dar la noticia de su hazaña a su regreso a Europa, seis meses después, en abril de 1493. Y la dio mal porque, como decía, creyó que había llegado a las Indias.

Nadie sabe para quién trabaja: se necesitaron diez años, según el maestro Germán Arciniegas que detestaba celebrar el 12 de octubre, para que el florentino Américo Vespucio “desfaciera” el entuerto geográfico y aclarara que usted había descubierto un nuevo mundo. Menos mal todo quedó en casa italiana.

Todo se ha sabido, incluido el hecho de que sus marineros le habían armado despelote en alta mar. Si se demoran un poco más llegar a tierra, los tiburones habrían almorzado carne de genovés. Les importó un comino que a muchos  de ellos les hubiera mejorado el currículo sacándolos de las cárceles.

Imagino la alegría  que le dio cuando Rodrigo de Triana, horqueteado en el mástil de La Pinta gritó: “!Tierra!”. Me han dicho que agregó enseguida “joder” pero los historiadores remilgados no se ocupan de expresiones como éstas que son la historia detrás de la historia. Si detrás de todo hombre hay una gran mujer (la reina Isabel en  ), detrás de todo gran suceso hay algún madrazo. 

No le quito más tiempo a su eternidad, od

RESPUESTA DEL ALMIRANTE

Hola, tío:

Ni sueñe que me voy a detener a responder cada una de sus carajadas. Pero sí le digo que al paso que vamos creo que yo  ni siquiera existí. No nací en mi adorada Génova según el hollywoodesco informe que produjo en su momento un canal “serio” como Discovery. Eso sí que me dejó bien colón, mejor dicho, “entre veterano y vitriolo”.

Están buscando con lupa mi ADN, algo que en mi tiempo no existía. Por la parabólica celestial en el tal informe vi gente, incluidos algunos “científicos”, hurgando entre un resto de huesos que deben ser los de algún enemigo mío. Se han tenido que contentar con el supuesto ADN de mi hijo y biógrafo, el mismo que me levantó más de un falso testimonio. Mi hijo sólo me veía virtudes. Si yo mismo no sé quien era, menos lo iba a saber  mi hijo. 

También decían en Discovery que más bien soy catalán, como Serrat,  y que no es sino mirar cómo domino ese idioma, por encima del mío, el dialecto genovés, y el latín que hablé desde chiquito. No saben que cuando uno nace para grandes cosas,  como era mi caso, viene con el palito (chip le dicen ahora)  incorporado  para hablar  lenguas. Si no, ¿cómo echarle primero el cuento al Rey Juan II, de Portugal, quien no me paró bolas, y después a los muy católicos reyes de España? 

Le doy un dato, indio: si no hubiera sido por uno de los confesores de Isabel, el prior Juan Pérez, ustedes estarían sin descubrir, de taparrabos. No es por armar un chisme más, pero imagino los pecadillos que le conocía su confesor que Isabel accedió a recibirme  cuando el cura se lo pidió. Empeñó hasta la cédula… real . (No avalaré el chisme tercermundista según el cual Isabel y el prior tuvieron su romance debajo de las cobijas. “Y como la luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, tampoco diré un carajo del chisme que nos armaron a Isabel y a mí. Yo tenía buen gusto. Hasta me casé varias veces. A medida que me volvía famoso cambiaba de esposa. Los hombres siempre hemos sido así…. ).

Claro que como nunca leí la letra menuda de las capitulaciones, finalmente, Isabel me barajó el 10 por ciento de lo que produjo la empresa del descubrimiento. Siempre lean la letra menuda, es la conclusión que leo en el libro “Las 48 leyes del poder”, de Robert Greene, cuando habla  de mí. 

Greene tiene razón  y le sobra: mi éxito, dice el gringo,  radicó en que supe venderme, en hablar claro y confiado en lo que proponía, en cobrar duro por mi trabajo, en tratar a los reyes como si fueran iguales, así hubiera vendido deliciosos quesos en mi niñez, otra de las “acusaciones” que se me hacen. Como si fuera pecado ser pobre. 

Si les vendí una mercancía que no conocía (el camino más corto para llegar a las Indias) yo no era  ningún pintado en la pared. 

En el documental de Discovery unos dicen que era de humilde cuna, otro que no, que era de rancio colchó. Miren más bien los resultados. El mundo estaba a medio hacer. Con mi descubrimiento juntamos las dos manzanas, como dice el maestro Arciniegas, a quien veo de pronto por aquí. No ha habido química entre los dos. Me ve y cambia de nube. Se ve que me detesta. Estoy por darle la razón… No hay por qué celebrar ese despojo es lo que les dice a amigos comunes.

Algo sobre Triana: el hombre  gritó tan duro lo de “!Tierra”¡ que hasta los pájaros de a bordo (Colones con plumas)  se asustaron. Muchos tuvieron que ir luego donde el otólogo de la tribu. 

Por cierto, los pájaros que fueron mi mano izquierda en la empresa del descubrimiento, no han recibido homenaje alguno de agradecimiento ni en las erratas de la historia. Sin pájaros no habría habido descubrimiento. Así de simple. Cuando empecé a verlos rondado las naos me dije: Aquí hay gato encerrado. El gato era la tierra firme que tenía que estar cerca. Así fue.

Sin confirmar sí lo digo: me han dicho que el afán de Triana no era tanto llegar pronto sino ganarse los 10.000 maravedíes que sus graciosas majestades habían prometido a quien primero avistara tierra firme. No me pregunten por qué usted me hice el loco y me quedé con los maravedíes. Nadie está obligado a declarar en contra. 

Aprovecho para hacerle un homenaje tardío al viento que también me dio una mano hasta rara. Si no fuera por los confesores de la reina y por  el viento, amén de los pájaros, los americanos todavía estarían en cueros.  Se habrían ahorrado presidentes USAmericanos, lo que no es poco…

En un buen libro que se ha escrito sobre mí, “Colón”, del sueco Björn Landström , se dice que sólo este pecho genovés “comprendió que los vientos del nordeste debían soplar hasta las Indias, y que los del oeste debían soplar de las Indias a Portugal…”. Y más adelante, con algo de ironía, agrega Björn: “Pero nadie, excepto Colón, halló ese viento, porque Dios lo quiso así. Porque Colón fue el hombre elegido”.

De nuevo tiene razón el paisano de los vikingos, quienes nos enseñaron el camino de las Indias. Pero nosotros  nos quedamos con el pan y con el queso de los descubrimientos. Que se jodan los que nos antecedieron. 

En fin, tan elegido fui que me abro del parche y regreso a la diestra de Dios Padre. 

Ahí les dejo el cuero, 

Cristobalín, como me decían en la escuela de Génova.

(Líneas pasadas por latonería y pintura).

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