Yo, Mané Garrincha

"Mané" Garrincha. Foto Milenio

Con la venia de mi nieta, Sofía,  nacida en Rio de Janeiro, rogaré a los dioses del fútbol para que Colombia vuelva ripio a la selección del Brasil,  en su partido de este domingo en Barranquilla. Necesitamos los tres pecosos puntos. Para ayudarle a la selección, y a manera de mantra, retomo estas líneas sobre uno de los grandes del fútbol brasileño,  Garrincha. od 

Por Oscar Domínguez Giraldo

Hola, pueblo, desde eternidad sin fútbol reciban mi cordial saludo.  

No es por dar cepillo. Los inmortales no necesitamos sobar la chaqueta. Mi deseo es en agradecimiento a los colombianos por haberme fichado para Júnior de Barranquilla, cuando ya mis goles empezaban a retirarse a sus habitaciones de invierno. Había fatiga de metal en mi biografía. Y en mis guayos. 

Algo de historia: Nací el 28 de octubre de 1933 en Pau Grande un pueblito situado a 200 kilómetros del Botafogo de Río. Jugábamos para la tribuna vacía, de pronto habitada por escasos parientes y amigos. O por garotas que después nos brindaban sus mieles en algún rastrojo. Nadie soñaba con la gloria. Queríamos que la coqueta gloria nos la dieran en goles. O en dinero, para comprarle una casita a la cucha, como dicen los boxeadores de todas partes. 

Los “anticristos de la calle”, como nos decían a los muchachos, jugábamos con balones proletarios, de trapo, o hechos con periódicos de ayer, amarrados con pita, para que no se desperdigaran nuestro fútbol expresado en goles. Los sofisticados balones de hoy son un tanto afeminados: tienen de todo, les falta sauna, manicurista, hasta conexión a internet para bajar porno. 

Pensando en mí, sospecho, Passolini escribió que “el goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año”. Javier Marías, escritor y académico español, dice que “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Falso: es la recuperación diaria. 

Aprendí a hacer goles y a amar, en ese desorden. Desde entonces supe que “el amor es eterno mientras dura”, como escribió mi paisano Vinicius de Moraes . Lo supe por las garotas que hice felices e infelices al mismo tiempo. Es el extraño IVA que hay que pagar por amar sin medida.  

Nunca me gustaron las medias tintas. A veces lo siento por Iraci, mi primera dama, y por Elsa Soares, la última. “Aunque el último amor siempre es el primero”, decía un malandro enamorado de la calle donde siempre ha sucedido todo. No en vano la calle es el mejor cuarto de la casa. 

Vinicius también me dedicó un soneto: El ángel de las piernas tortas. (traducción, al final). Sí, afortunadamente, nací con las piernas desobedientes: que la una para acá, que la otra para allá; que la derecha seis centímetros más corta que la izquierda. Todo gracias a una madrugadora poliomielitis.  

Como venía con el chip para jugar exquisito fútbol, convertí la poliomielitis en obra de arte. De ambas piernas me serví para mi oficio.  

Muchos ven algo de Chaplin en mi forma de interpretar ese deporte. Lo mío era samba con balón. 

Cuando sigo el fútbol desde mi hábitat entre las estrellas, evoco la fugaz inmortalidad que nos depara el gol. Yo los hice durante 19 años en equipos de mi país, y en el Júnior, de Barranquilla, cuando mi fútbol empezaba a volverse noche, como el sol de los venados.  

Los futbolistas nos suicidamos, o nos suicidan en primavera. Tenemos escasa vida útil. El olvido está a la vuelta de la esquina. Lo entendemos al final de la travesía. Lástima. 

Los de mi generación casi ni aprendimos a leer. Preferíamos vivir, y practicar el “jogo bonito”. No supimos lidiar la fugaz fama convertida en dinero. Los tiempos cambian, claro está, para bien. Lo digo yo que me jacto de haber buscado primero la felicidad para mí. La caridad entra por casa. Luego divertí a mi pueblo. “Jugaba como quien cultiva orquídeas”, dijo un paisano (¿Nelson Rodrigues?) hablando de mí. ¡Qué cronista, pareceiros! 

Siempre creí que el dinero no hace la felicidad, pero ¡cuánto ayuda! Es mejor ser rico que ser pobre, como dicen que decía un boxeador caribe. Pero no lloremos sobre la leche derramada. 

Los colegas que nos dieron el codazo generacional sí saben de negocios. Han convertido el fútbol en una máquina de hacer plata. Al lado de compañeros de rumba y mujeres de viento, sacadas de la pasarela, tienen asesores económicos políglotas, fugados de Harvard. Los que me han sucedido en el campo de juego se defienden lo mismo en la mesa de muchos tenedores, el spa, el turco, la junta de negocios, que en el campo de juego.  

Que lo disfruten. Se lo merecen. Ellos, como yo, somos payasos que tenemos el encargo de distraer a los hinchas.  

Aprovechándose de mi nobleza, al principio,  me obligaban a firmar contratos en blanco con mi primer gran empleador, el Botafogo. ¡Cristo Redentor de Corcovado si me explotaron! Por esa y otras razones que solo a mí conciernen, llegué escaso de metal al final de la andadura.  

Y ciego, convertido en Borges del gol. Lo que no deja de ser una ironía, porque el gaucho memorioso, pocón de fútbol. Detestaba los deportes porque suponían ganador y perdedor. 

En la película “Garrincha, estrella solitaria”, de Milton Alencar Jr., privilegian este aspecto de mi vida, privado de la luz. La película que a veces es documental, me pareció bella, a pesar de que la crítica no ha sido benévola con ella. Hay más leyenda que realidad, pero así fue mi vida. A veces ni yo mismo sabía si estaba viviendo mi propia irrealidad. Gajes del oficio de ser Garrincha. 

Me parece que a la película le hizo falta público. Y mejores teatros. Mis agradecimientos a André Goncalves, quien me encarnó en la cinta. ¡Qué garotas te tocó llevar a la cama en la película, viejo!  

Antes se hablaba de pan y circo. El circo de ahora lo ponemos los futbolistas. Menos mal, la torta económica está mejor repartida. No en todas partes, por supuesto. Los de abajo siguen siendo los de abajo. Los Garrinchas. 

Messi, Ronaldo, Neymar, hace rato la nueva joya de la corona brasileña que vuelve y juega este domingo 10 de octubre en Barranquilla, ganan y gastan. Pero no se enloquecen con el billete. Y hacen bien. 

Entre todos, me quedo con mi paisano Neymar, quien juega con la alegría, las ganas y la picardía que exhibía yo en Pau Grande. Lo critican porque abandonó el Barcelona. Pero qué querían si estamos en pleno capitalismo salvaje: estamos a merced del mejor postor, una palabra coquetamente próxima a impostor. Y no estoy sugiriendo un carajo.  En el París lo está haciendo bien al lado de Messi y de Mbappé. Y en la selección, mejor. 

La nueva generación, a pesar del dinero que se mueve, también hizo su master en los potreros. Tienen mucho de garrincha, el pájaro pobre y veloz que me prestó su nombre y en el cual reencarnaba cada vez que hacía un gol, fuera en Pau Grande, en Suecia o en Santiago, donde fuimos campeones del mundo. 

Al final de mis cincuenta años me goleó el alcoholismo. No pude resistir su dribling endiablado. Lo digo yo que enloquecía a mis marcadores con mi prestidigitación.  

Como se lo dije a manera de epitafio a Cepeda Samudio, un periodista barranquillero, cuya lectura recomiendo: “Yo viví la vida, la vida no me vivió a mi”. Con el gorrión de París, Edith Piaf – Garrincha de la voz- aprendí que “uno tiene que merecerse la muerte”.  

Pensando en cracs como nosotros, otro paisano mío, Geraldino Brasil, escribió: “Las personas no mueren, quedan encantadas”. En fin, hice mi tarea. Ahí les dejo la menina, como le decimos al balón en Brasil. Y gracias por las felicitaciones, cada vez más escasas, que me llegan en mi cumpleaños, el 28 de octubre. Somos el olvido que no queremos y perdón pero esto me pareció que estoy plagiando mal a alguien… (Este perfil ha sido actualizado). 

EL SONETO A GARRINCHA 

El ángel de las piernas torcidas 

Vinicius de Moraes 

(Traducción de Ricardo Bada) 

A un pase de Didí Garrincha avanza 

con el cuero a los pies, el ojo atento, 

dribla uno, dribla dos, después descansa 

como midiendo el riesgo del momento. 

Tiene el presentimiento y va y se lanza 

más rápido que el propio pensamiento,  

dribla otra vez, un-dos, la bola mansa, 

feliz entre sus pies, ¡un pie de viento! 

En su trance la multitud contrita, 

en un acto mortal se yergue, y grita  

un unísono canto de esperanza. 

Garrincha, el ángel, atiende y oye ¡Goooooool! 

Es pura imagen: G que chuta una O 

dentro de un arco en L: ¡es pura danza! 

Y en portugués 

O anjo das pernas tortas 

A Flávio Porto 

A um passe de Didi, Garrincha avança 

Colado o couro aos pés, o olhar atento 

Dribla um, dribla dois, depois descansa 

Como a medir o lance do momento. 

Vem-lhe o pressentimento; ele se lança 

Mais rápido que o próprio pensamento 

Dribla mais um, mais dois; a bola trança 

Feliz, entre seus pés – um pé-de-vento! 

Num só transporte a multidão contrita 

Em ato de morte se levanta e grita 

Seu uníssono canto de esperança. 

Garrincha, o anjo, escuta e atende: – Goooool! 

É pura imagem: um G que chuta um o 

Dentro da meta, um 1. É pura dança! 

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