Son de la loma

Diego Armando Maradona (Q.E.P.D.)

Por Rubencho – Rubén Darío Arcila.

“Ten cuidado en quien confiar: el diablo antes de ser diablo fue un ángel y Judas antes de ser traidor fue discípulo”

A Diego Armando Maradona lo mató una sobredosis de amistad. Lo ahogó su propio entorno, el círculo cercano que lo exprimió hasta el último día, ganando y gastando en chorros, maquiavelos, estafaos, contentos y amargaos. “Si uno vive en la impostura y otra roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, rey de bastos, Maradona, caradura o polizón”.

El salto fue tremendo: de Villa Fiorito hasta la punta de la Torre Eiffel, reconocía el mismo Diego. Y así, tocando el cielo con la yema de los dedos, nunca pudo regresar a la anónima multitud de dónde venía. “Fue como un gato que subieron a un árbol y nadie le dijo cómo bajar”, así lo definió Menotti. “La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”, remata Eduardo Galeano.

Los últimos veinte años, separado de su familia, jugó con la vida pegado a la raya, en el borde, siempre en el filo, en la línea de cal: ese polvo blanco maldito que limita el terreno de la vida.

Desde los 17 años, periodistas, luces y cámaras lo persiguieron hasta la sepultura. Nunca tuvo vida privada y cuando hace poco sus “íntimos” subieron a las redes videos bufos de bailarín borracho y semidesnudo, todos entendimos que el astro, aparentemente acompañado, era el hombre más solo y desprotegido de esta galaxia.

No hay mejor ejemplo, ni más a la vista, del tremendo daño que hace la droga del éxito si sólo tienes a la mano, lejos de Dios, amistades peligrosas. 

El cortejo de despedida, que marchó a tumba abierta por avenidas y autopistas buscando el camposanto, alcanzó a extraviarse por unos minutos, por fin llegó a su última morada después de abandonar la Casa Rosada en pleno despelote. Ad10S, Diego: tu balón dormirá eternamente en el fondo de la red.

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